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He descubierto algo maravilloso, puedo erosionarme y volver a la naturaleza tarde o temprano. No hay mal que dure cien años, me gusta estar aquí en el home de Vik, pero adoro hacerme a la idea de que alguna vez volveré a ser un don nadie, ser el caballo que me ha hecho subir al ladrillo, y el naranjo que me ha brindado la posibilidad de contar todo lo que pasó en esta casa. Días pasados, he visto cómo el carrito de la vecina, doña Florinda - que es igualita a la del vecindario azteca del Chavo - con una bolsita hecha con sachets de La vache qui pue. Traía bajo sus redes unos desperdicios del edificio demolido de la vereda adonde el sol descansaba en los otoños preporteños. Los retazos de la construcción eran antiguos, algunos todavía tenían las barbas que una arañita traviesa les dibujaba con sus afiladas patitas de bailarina intrépida. Uno de ellos había pasado sus días cerca de la cañería del desagüe. Tenía las marcas de oxido propias de tal aventura y una singular firma del arquitecto que le había dado trabajo, según lo indicaba en su parte inferior, en 1922, cuando los edificios eran figura difícil en el paisaje urbano, cuando la luz de la noche brillaba sobre los espejados mármoles importados vaya uno a saber de dónde. Muchos de los más jóvenes integrantes de este hogar sintieron temor. Era de esperarse, nunca había visto el cadáver del barro que vuelve al barro, la costilla que vuelve a la costilla y el subte que llega mientras los impuestos caen. Tertulio, el adolescente vitraux con la imagen de una campiña, estaba contento. Pudo ver en la muerte una continuidad de la belleza. ¡Cuán esbeltos se ven esos vidriecitos luego de atravesar los océanos, recorrer ríos de montaña o navegar dentro de las alcantarillas junto a los hombres rata! ¡Qué pulido tan perfecto le repararía la llegada de la Parca, aún en pañales! La tarde cayó, todos caímos, la vecina alcanzó su propósito: el macetero necesitaba más peso para no vacilar con el viento. ¡Que si, que no, que esta macetita la planto yo! Florinda cerró el ventanal para que los viejos ladrillos vuelvan a la tierra, a la nada urbana. |
Las Aventuras del Sr. Ladrillo es una creación de mi colega Sebastián Szkolnik, y el dibujo es obra de Aníbal Villarreal. |